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Vidas de santos: Santa Liduvina

Santa Liduvina

Paciente enferma crónica
Año 1433

Esta santa es la Patrona de los enfermos crónicos. Ella nos enseña a aprovechar la enfermedad para pagar nuestros pecados, convertir pecadores y conseguir un gran premio en el cielo. El decreto de Roma al declararla santa dice: Santa Liduvina fue "un prodigio de sufrimiento humano y de paciencia heroica".
Liduvina nació en Schiedam, Holanda, en 1380. Su padre era muy pobre y tenía por oficio el de "celador" o cuidador de fincas. Hasta los 15 años Liduvina era una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita. Pero en aquel año su vida cambió completamente. Un día, después de jugar con sus amigos iban a patinar y en el camino callo en el hielo partiéndose la columna vertebral.
La pobre muchacha empezó desde entonces un horroroso martirio. Continuos vómitos, jaquecas, fiebre intermitente y dolores por todo el cuerpo la martirizaban todo el día. En ninguna posición podía descansar. La altísima fiebre le producía una sed insaciable. Los médicos declararon que su enfermedad no tenía remedio.
Liduvina se desesperaba en esa cama inmóvil, y cuando oía a sus compañeras correr y reír, se ponía a llorar y a preguntar a Dios por qué le había permitido tan horrible martirio. Pero un día Dios le dio un gran regalo: nombraron de párroco de su pueblo a un verdadero santo, el Padre Pott. Este virtuoso sacerdote lo primero que hizo fue recordarle que "Dios al árbol que más lo quiere más lo poda, para que produzca mayor fruto y a los hijos que más ama más los hace sufrir". Le colocó en frente de la cama un crucifijo, pidiéndole que de vez en cuando mirara a Jesús crucificado y se comparara con El y pensara que si Cristo sufrió tanto, debe ser que el sufrimiento lleva a la santidad.
En adelante ya no volvió más a pedir a Dios que le quitara sus sufrimientos, sino que se dedicó a pedir a Nuestro Señor que le diera valor y amor para sufrir como Jesús por la conversión de los pecadores, y la salvación de las almas.
Santa Liduvina llegó a amar de tal manera sus sufrimientos que repetía: "Si bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no la rezaría". Descubrió que su "vocación" era ofrecer sus padecimientos por la conversión de los pecadores. Se dedicó a meditar fuertemente en la Pasión y Muerte de Jesús. Y en adelante sus sufrimientos se le convirtieron en una fuete de gozo espiritual y en su "arma" y su "red" para apartar pecadores del camino hacia el infierno y llevarlos hacia el cielo. Decía que la Sagrada Comunión y la meditación en la Pasión de Nuestro Señor eran las dos fuentes que le concedían valor, alegría y paz.
La enfermedad fue invadiendo todo su cuerpo. Una llaga le fue destrozando la piel. Perdió la vista por un ojo y el otro se le volvió tan sensible a la luz que no soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela. Estaba completamente paralizada y solamente podía mover un poco el brazo izquierdo. En los fríos terribles del invierno de Holanda quedaba a veces en tal estado de enfriamiento que sus lágrimas se le congelaban en la mejilla. En el hombro izquierdo se le formó un absceso dolorosísimo y la más aguda neuritis (o inflamación de los nervios) le producía dolores casi insoportables. Parecía que ya en vida estuviera descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o desanimada, sino todo lo contrario: feliz por lograr sufrir por amor a Cristo y por la conversión de los pecadores. Y cosa rara: a pesar de que su enfermedad era tan destructora, se sentía a su alrededor un aroma agradable y que llenaba el alma de deseos de rezar y de meditar.
Cuentan las antiguas crónicas que recién paralizada una noche Liduvina soñó que Nuestro Señor le proponía: "Para pago de tus pecados y conversión de los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el purgatorio?". Y que ella respondió: "prefiero 38 horas en el purgatorio". Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir. Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, "¿Por qué Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas". El ángel fue y averiguó y volvió con esta respuesta: "¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el Purgatorio?" ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?". Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les respondía: "Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar.
En 1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: "Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe".
Santa Liduvina, paralizada y sufriendo espantosamente en su lecho de enferma, recibió de Dios los dones de anunciar el futuro a muchas personas y de curar a numerosos enfermos, orando por ellos. A los 12 años de estar enferma y sufriendo, empezó a tener éxtasis y visiones. Mientras el cuerpo quedaba como sin vida, en los éxtasis conversaba con Dios, con la Sma. Virgen y con su Angel de la Guarda. Unas veces recibía de Dios la gracia de poder presenciar los sufrimientos que Jesucristo padeció en su Santísima Pasión. Otras veces contemplaba los sufrimientos de las almas del purgatorio, y en algunas ocasiones le permitían ver algunos de los goces que nos esperan en el cielo.
Dicen los que escribieron su biografía que después de cada éxtasis se afirmaba más y más en su "vocación" de salvar almas por medio de su sufrimiento ofrecidos a Dios, y que al finalizar cada una de estas visiones aumentaban los dolores de sus enfermedades pero aumentaba también el amor con el que ofrecía todo por Nuestro Señor.
Cambiaron al santo párroco que tanto la ayudaba, por otro menos santo y menos comprensivo, quien empezó a decir que Liduvina era una mentirosa que inventaba lo que decía. El pueblo se levantó en revolución para defender a su santa y las autoridades para evitar problemas, nombraron una comisión investigadora compuesta por personalidades muy serias. Los investigadores declararon que ella decía toda la verdad y que su caso era algo extraordinario que no podía explicarse sin una intervención sobrenatural. Y así la fama de la santa creció y se propagó.
En los últimos siete meses Santa Liduvina no pudo dormir ni siquiera una hora a causa de sus tremendos dolores. Pero no cesaba de elevar su oración a Dios, uniendo sus sufrimientos a los padecimientos de Cristo en la Cruz.
Y el 14 de abril de 1433, día de Pascua de Resurrección poco antes de las tres de la tarde, pasó santamente a la eternidad. Pocos días antes contempló en una visión que en la eternidad le estaban tejiendo una hermosa corona de premios. Pero aun debía sufrir un poco. En esos días llegaron unos soldados y la insultaron y la maltrataron. Ella ofreció todo a Dios con mucha paciencia y luego oyó una voz que le decía: "con esos sufrimientos ha quedado completa tu corona. Puedes morir en paz".
La última petición que le hizo al médico antes de morir fue que su casa la convirtieran en hospital para pobres. Y así se hizo. Y su fama se extendió ya en vida por muchos sitios y después de muerta sus milagros la hicieron muy popular. Tiene un gran templo en Schiedam. Tuvo el honor de que su biografía la escribiera el escritor Tomás de Kempis, autor del famosísimo libro "La imitación de Cristo".
 
Enviado por iesvs.org

La bisnieta de ‘La Pasionaria’ que acabó en el Opus Dei

09 abril 2011.
Anna Biriukov

en El Mundo
Entrevista de Pilar Urbano

Educada en la disciplina comunista, vino a Madrid, se casó, tiene seis hijos, se hizo católica e ingresó en la Obra. Se lo cuenta a Pilar Urbano

Me invitan a un pase privado de ‘Encontrarás dragones’, del oscarizado Roland Joffé, director de La Misión, Los gritos del silencio, La ciudad de la alegría, y tal y cual. «No es un ‘biopic’ de Josemaría Escrivá», me advierte Ignacio Gómez-Sancha, el productor. «La historia ocurre en la Guerra Civil, y hay amor, celos, dobles juegos, mentiras, odios y perdón. A Escrivá lo vas a ver más con corbata o con pelliza que con sotana». Luego, a lo práctico: «Estaréis cuatro personas: tú, un agente de bolsa, un catedrático de Filosofía y una economista rusa… bisnieta, por cierto, de Pasionaria».

Alguna varilla de mi reactor cerebral se pone en ignición. «¿Podrías preguntarle a la rusa si después del pase se dejaría entrevistar… sin anestesia?». En un par de horas, Gómez-Sancha me da la respuesta: «Sólo un problema: nunca ha hecho declaraciones». Mejor, me llevo la primicia.

Aviso a Pepe Ayma. Se presenta en la sala de proyección con sus bártulos de fotografía, gran angular, zoom, trípode y… un póster de Escrivá y otro de Pasionaria. No sé qué juegos malabares habrá inventado. Ponen la película. Y allí estamos, callados, en penumbra, atrapados por los dragones. A mí hasta se me olvida la economista rusa.

Se llama Anna Biriukov. Eslava, rubia, ojos claros. Aplomo y carácter. Un racimo de apellidos españoles y rusos. En sexto lugar, Ibárruri.

Dolores Ibárruri y mi bisabuela Bernardina eran hermanas. Además, en 1937, cuando la Guerra Civil española, Bernardina envió a Rusia a tres de su hijos pequeños, Amelio, Elsa y Sira, para ponerlos a salvo. Eran vascos y salieron por Bermeo en uno de los paquetes de niños de la guerra. Allí los distribuyeron en orfanatos. Dolores, Pasionaria, que también huyó a Rusia, se encargó de ellos. Los visitaba en las casas de niños, les llevaba ropa, alimentos, juguetes, libros… cariño.

Los niños de Stalin les llamaban. «Tras de ti marcharemos, Stalin, por la línea que Lenin trazóóóó...». Era una marcha patriótica que se cantaba en las casas de niños españoles de la URSS.

Se les cruzó todo: la guerra española, la guerra mundial… Aquellos niños no volvieron a ver a sus padres. Para ellos, Pasionaria no fue la tía Dolores: fue una verdadera madre. Andando el tiempo, Amelio se marchó a Cuba. Elsa y Sira se quedaron en Rusia. Allí hicieron su vida. Elsa es mi abuela materna. En Stalingrado conoció a otro niño de la guerra, Adolfo, hijo de un minero asturiano. Se doctoraron en Ciencias Químicas en la Universidad de Moscú. Se enamoraron, se casaron, y a su hija le pusieron Dolores por agradecimiento a Pasionaria. Esta segunda Dolores, nacida y criada en Rusia, es mi madre. Ésa es la saga.

Entonces, ¿sangre española por tus cuatro costados?

No. Mi padre, Leonid Biriukov, mis abuelos Vladimir y Raïsa, y todos los antepasados de él y de ella son rusos, rusos… de todas las Rusias (al ver que me río, se echa a reír).

¿Tienes algún recuerdo de Pasionaria?

Yo nací en Moscú en 1975, y Dolores estaba allí; pero murió Franco y al poco ella se vino a Madrid. Cuando volvía a Moscú, iba a nuestra casa. Nos traía regalitos de España. Yo era pequeña y sé más por la historia y por lo que se hablaba de ella en mi familia que por mis vivencias personales.

Bisnietos guapos y rusos

Es curioso, Anna, el día que conocí a Pasionaria me habló de ti. Sin nombrarte. Era una mañana de junio de 1977, en las primeras Cortes de la democracia. Cortes Constituyentes. Ella presidía la Mesa de Edad. Fui a saludarla en el Salón de Pasos Perdidos. Me impresionó su figura grande, enlutada, imponente.

Le pregunté: «Después de tantos años fuera, ¿es importante volver a sentarse ahí?». Me contestó rápida: «Lo importante no es sentarse, sino sentirse». Y por quitar hierro, soltó una carcajada. Mientras reía le vi varias piezas de oro en la dentadura. Lancé una broma: «¿Ése es el oro de Moscú?».

Fue un tema muy manido durante el franquismo: el Gobierno republicano había trasladado a Moscú 510 toneladas de oro, de las reservas del Banco de España, que nunca volvieron.

Pasionaria se puso muy seria al contestarme: «Yo en Moscú no he dejado oro. He dejado algo de mucho más valor: un hijo enterrado, una hija viva, sobrinos, nietos, bisnietos… –ahí empezó a subir el tono gradualmente– ¡altos, fuertes, guapos, comunistas, soviéticos!».

Entre esos «bisnietos guapos, comunistas, soviéticos» estabas tú, Anna.


Sí, mi educación fue comunista y atea. Estudié en colegios soviéticos. Lo que había, lo normal. Y milité en las organizaciones del Partido. Era lo establecido. Si no, no te sellaban el ticket. A los 7 años entré en Oktiabriata, los Octubristas, una organización infantil comunista, y me dieron la estrella roja del Niño Lenin. Dos cursos después, pasé al Pionery, Movimiento de Pioneros, donde me impusieron la insignia y el pañuelo rojo para atarlo al cuello con un nudo especial.
A los dieciséis años, cuando me tocaba entrar en el Komsomol, Unión Comunista de la Juventud, empezó la Perestroika, se aflojó el rigor, las cosas cambiaron bastante. Y en 1992 nos vinimos a España. Pero mientras viví en Rusia no me enseñaron democracia, ni economía de mercado, ni religión. Bueno, siempre hay una abuela que… Siendo yo pequeña, mi abuela Raïsa, en vez de decirme "que viene el lobo", me decía: «Anna, que Dios te ve», «Anna, eso que has hecho no le gusta a la Virgen». Monserguitas, pero se me iba quedando que había algo más.

Al venir a España, ¿te afiliaste a Izquierda Unida?

No. Tenía 17 años y me centré en estudiar Económicas. Empecé a salir con Nacho. Es ingeniero, como mi padre y como mi abuelo. Me lleva 9 años. A mi futura suegra le espantaba la idea de que su hijo se casara con una chica sin bautizar. Yo no tenía nada contra la religión católica, pero tampoco la conocía.

No sé si te has fijado, al inicio de ‘Encontrarás dragones’, aparecen dos rótulos: uno dice que «en 1936 se produjo en España una sublevación militar contra el Gobierno legalmente establecido»; el otro da el ambiente de crispación religiosa: «Había que jurar sobre la Biblia, o escupir en ella. Y todos te preguntaban: “¿De qué lado estás tú?”».

En Rusia ni juré sobre la Biblia, ni escupí en la Biblia. No había Biblia. Ya en Madrid, por amor a Nacho, empiezo a recibir catequesis. Voy descubriendo el Antiguo Testamento, el Evangelio, las riquezas espirituales de la Iglesia… Sobre todo, me voy encontrando con una persona: Jesucristo. Es un proceso sereno. No quiero que sea un trámite para la boda. Es más, no hay boda hasta tres años después. Llego a la fe con racionalidad, con sinceridad, con libertad. Y con mucha alegría. Bueno, digo «llego a la fe», pero no llego sola. Dios me lleva. Y me bautizo.

¿Consternación familiar ruso-soviética?

Hmmm… No asistieron a mi fiesta. Me apenó, pero la libertad tiene ese precio. Yo soy la oveja negra de una familia… roja. Mi padre recibió el bautismo de rito ortodoxo cuando era pequeñito, y nunca ha practicado. Mi madre no está ni bautizada.

Anna, desde antes de la proyección me estoy haciendo una pregunta: «¿Qué hace una chica como tú en un pase como éste?»

Me interesa la figura de Josemaría Escrivá, me interesa el Opus Dei.

¿Te atreves a decir eso, en esta España-Pajín, sin estar presente tu abogado?

Me interesa. Punto pelota.

Casta castiza.

Conocí el catolicismo por mi marido. Y el Opus Dei, por mis hijos. Tenemos seis. Yo quería que además de una educación de alta calidad académica, con buen profesorado, tuvieran lo que yo no tuve en Moscú: una formación cristiana. Dios es de primera necesidad, ¿cómo iba a escatimárselo a mis hijos? Un primo de mi marido, que no es precisamente muy de Iglesia, nos recomendó dos colegios de Fomento, Aldeafuente y Aldovea.

Ahí, la formación religiosa la lleva el Opus Dei. ¿No tenías prejuicios?

No, ¿por qué? Con prejuicios no se va a ninguna parte. Lo que hay que hacer es informarse. Yo estoy atenta, y lo que día a día voy viendo en mis hijos me gusta; y lo que percibo en las reuniones de padres me dice que ahí hay algo más sólido que un programa educativo. Decido ir a la fuente. Conocerlo…

¿Encuentras dragones?

Ni dragones, ni cuartos oscuros. Todo claro como la luz del día. Notas que te mueves en el territorio de la libertad y del amor. Empiezas a pensar más en los otros que en ti. Descubres un camino muy sencillo, que no sé cómo no lo ve todo el mundo porque es de cajón: el cristiano tiene que ser santo, ¿no?; y la santidad se construye con lo normal y corriente. Ahora bien, como no se trata de apuntarse a un club, sino de una vocación, de una llamada, hay que ponerse cerca y a la escucha de quien llama…

¿Y?

Dios se hizo oír. No respondí enseguida. Tardé. Ahí se produjo un escaqueo, un juego del escondite. Pero Dios respetó mis dudas, mis temores. Hasta que un día descubrí el talismán con el que sería capaz de todo: la gracia. Y dije: «Aquí estoy, quiero ser del Opus».

¡Una bisnieta de Pasionaria…! ¿Qué te dijeron en la Obra?

¿En la Obra? Era como si me esperasen.

Escrivá y su película


Tomamos unos pinchos y comentamos ‘Encontrarás dragones’: la pelea de Escrivá con otro seminarista, el espía infiltrado en el frente rojo, el amor de la brigadista Ildiko y el anarquista Oriol, la traición, el parto en la cabaña, Josemaría con los infecciosos del Hospital del Rey, Josemaría flagelándose junto a la bañera…

Hay en Escrivá un instinto de superación de los antagonismos…

Sí, eso se ve en varios momentos. Cuando el judío Honorio está agonizando y rezan juntos al mismo Dios, uno en hebreo y otro en cristiano.

Salmodia a dos voces.

Honorio entona Shemá Yisrael, Adonai Eloeinu… «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios…» Y Josemaría, «Padre nuestro que estás en los cielos...». Luego guiña un ojo y le dice: «¡Un judío es el amor de mi vida!».

Hay una escena, cuando le descerrajan dos tiros a un cura en plena calle, y uno de los chicos de la Obra los llama cerdos…

Josemaría corta: «Cerdos no. ¡Hombres como nosotros! Tú ahora mismo ¿qué les harías? Sé sincero… ¿Y no disfrutarías haciéndolo? Y no somos cerdos, ¿verdad?».

La frase de Escrivá «yo no estoy en guerra» ¿puede interpretarse como una postura neutralista, indiferente, de evasión?

Él es un hombre de paz, no de confrontación. Él cree absolutamente en el amor y no es enemigo de nadie. Está al margen de los bandos.

Durante el saqueo y la quema de iglesias, se ve a Josemaría que abre un sagrario, coge el copón con las hostias, lo envuelve en un paño, lo aprieta bajo el brazo y a todo correr se mete en el metro…

Ahí es donde un piquete le provoca a punta de navaja. Le llaman parásito. Pero él no se arruga y contesta: «Parásito no; yo trabajo».

Cuando ya está en el vagón, el revisor le dice: «Para ser un burgués de mierda, tienes cojones».

Me ha sorprendido la escena en el banco del Retiro, cuando él va de seglar, se le acerca una mujer joven a que le confiese, y le ofrece su habitación como escondite. «Eres muy guapa… Soy sacerdote, pero también soy un hombre. Gracias por el valor de tu gesto, pero… no».

Eso ocurrió. Incluso le dieron la llave de esa casa, y la tiró por una alcantarilla.

Muerto el perro, se acabó la rabia.

En la película, ¿no te parece que entienden mejor el Opus Dei los jóvenes estudiantes que los obispos?

Sí, cuando Josemaría explica al obispo que el Opus Dei es para hombres y mujeres, solteros y casados, sin hábitos, sin votos, sin vivir en conventos, cada uno en su casa… el obispo le mira como si estuviese hablando con un soñador, y le pregunta: «Eso ¿no es un poco protestante?». Claro, la Obra era muy novedosa, revolucionaria.

Hay una secuencia, para mí magistral, de Roland Joffé: Josemaría refugiado en el manicomio del doctor Suils. A su alrededor, locas y locos excitados por los bombardeos. Una chica muestra a Josemaría sus muñecas con heridas recientes porque la ataron mientras la violaban. Hay una mirada frontal intensa. «Me gustas», dice ella. «Me miras a los ojos y no te doy pena». Y él: «¿Pena? no, creo que eres extremadamente valiente».

Josemaría es un sacerdote que mira a los ojos de las personas y las ve como son de verdad, las ve por dentro.

Pasionaria y Escrivá fueron contemporáneos. Durante la Guerra Civil, él vivía como un cura clandestino en el Madrid rojo, y Pasionaria arengaba a los milicianos en los frentes. ¿Te imaginas que se hubiesen conocido?

Habrían conectado. Habría saltado la chispa. Porque los dos eran grandes, fieles a sus ideales, de fuerte personalidad. Y porque Dolores no se le hubiera escapado a Josemaría. Estoy segura. ¡A Dios no se le escapó! Yo tengo noticia de que Dolores murió confesada.

Entonces, estarán juntos y… muy activos.
--
P. Eduardo
Enviado por iesvs.org

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