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Los indios Zoé de la selva amazónica

EL HOMBRE PERFECTO
Escrito por Miguel Galindo Sánchez

en MurciaRegion.com - Murcia, España
15.10.2008.

Los encontraron hace veinte años en el corazón de la selva amazónica. Son los indios zoé. Viven desnudos y felices como en un capítulo olvidado del Génesis. Como los últimos hombres libres, a los que nuestra desarrollada civilización les importa un jodido pimiento. El etnógrafo francés Nicolás Hulot nos cuenta del postrer paraíso en un planeta que agoniza, mientras los buenos salvajes vuelven su rostro a la poca naturaleza amable que sobrevive, y sus espaldas al resto de una humanidad que les hemos traicionado.
En lengua zoé no existen la palabra “gracias” ni la palabra “mío” porque no son necesarias. Todo es de todos, y hay para todos más que suficiente. La codicia es algo desconocido en su sociedad, casi insultantemente solidaria. Los celos es otro sentimiento que tampoco conocen, porque las personas, dicen, solo son suyas, y no son de nadie más. Nada cuesta nada, todo es gratuíto y generoso, y solo son los dueños de su propio destino. La envidia, el rencor, la competencia, son conceptos ignorados por absurdos. Todo está al alcance de la mano y solo cazan y cogen de los árboles lo que en cada momento necesitan. Dan las gracias al buen Dios del mundo que se lo pone a huevo, e incluso respetan la vida a los animales que logran escapar de sus flechas, hasta que éstos se mueren de viejos.
No hay golpes, ni gritos, ni precipitación, y todo es cálido, dulce, tierno, calmo y puro. Si existe alguna tensión entre dos, se les tumba en el suelo sin violencia, boca arriba, y una mujer, siempre una mujer, les hace cosquillas en la barriga hasta arrancarles carcajadas. Todos ríen con ellos, y ahí acaba todo. Si alguien se siente malhumorado, se retira voluntariamente del poblado, se tiende y medita sin prisas, hasta que recupera la sonrisa. Solo entonces vuelve entre las muestras generales de alegría. Respetan el saber y la experiencia, solo miran por el bien del colectivo, cuidan a los niños y ancianos con especial mimo y dedicación. Nunca riñen, ni castigan, solo guían y aconsejan. El espíritu guerrero de las tribus está desterrado de su pensamiento.
No tienen jefe, ni chamán, ni existe autoridad, ni poder, ni jerarquía alguna entre ellos. Todos son iguales, todos tienen los mismos derechos, pero no existe el concepto de obligación si no el de dedicación. Se rigen en poligamia y poliandria, y es la base de su relación familiar y de cohesión social en una estructura abierta, desinhibida y compartida, donde su naturaleza moral es la moral natural. Sin más historias. Sin más cuentos. Sin dogmatismos artificiales ni moralismos artificiosos. Sin imposiciones ni prohibiciones. Lo malo es lo que hace mal y lo bueno solo trae cosas buenas. Así de fácil y sencillo. Naturalmente natural…
Así que los zoé poseen la hermosura de los que viven sin angustia, y la paz profunda en la mirada de los que viven en constante sabiduría. Hulot se quedó impresionado por su belleza perfecta, por sus rasgos nobles y serenos, y por sus ojos, dulces, apacibles y penetrantes. “Esto es la más alta inteligencia y racionalidad en su estado más puro”, se dijo a sí mismo… Y tras convivir un tiempo con ellos, regresó a la insensibilidad helada de un mundo ciego y suicida con la mayor carga de tristeza y desconsuelo que alma humana alguna pueda experimentar.
Lo comprendo… Lo entiendo perfectamente, tío Nicolás… Por nadie pase, coño.


EL HOMBRE PERFECTO

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